DISCEPOLÍN para el TANGO ARGENTINO

ENRIQUE SANTOS DISCÉPOLO, nacía un 27 de Marzo de 1901
en Paso 113, del barrio de Once.

MAESTRO de la POESÍA que expresa con tremenda veracidad la condición humana de su tiempo.
Te recordamos con amor, reflexionamos tus decires de absoluta vigencia!!!

En la poesía del tango, desde sus comienzos, hay una especie de sacralización de la calle donde se encuentra la sabiduría.

“Yo me hice en la calle” se ha repetido hasta el cansancio; en la escuela de la calle que es igual a la escuela de la vida, la única que enseña las cosas que interesan al tanguero.

Se desconfía de los libros y de los hábitos literarios esencialmente solitarios y retirados, antitéticos con la calle, los cabarets y el café. 
Por complicidad, los objetos a los que el tango hace su epifanía, no perduran en la realidad.

Son calles que cambian, bares, puentes, veredas, esquinas, amigos, efímeros héroes a quienes el mismo tango que los evoca denuncia el final acaecido o inminente.

Es una epifanía de la brevedad, de lo fugitivo. 
Epifanía en la memoria que los hace perdurables por el arte, como diría Platón: la poesía, hija de la memoria. Quizá una epifanía absolutamente moderna a la vez, instalada en las ciudades del nuevo mundo, surgidas de las mezclas culturales y raciales. 
Condenadas a la movilidad. 
Ajusticiadas en la ideología del progreso como fuga hacia delante

En 1928, Discépolo estrena Qué vachaché.
Con esta letra que le autovaticina en sus temas y estilos, inaugura época en el tango que ya ha madurado musical y socialmente.

El tango se vuelve sátira y filosofía, acusación y lucidez escéptica.

La década 1930 en la Argentina -llamada década infame- es la del final de las ilusiones cívicas y la del inicio del gobierno de los sables.
La condición colonial del país es exaltada por sus mismos gobernantes. La paradoja del llamado “granero del mundo” es que anda henchido de estómagos vacíos.

En Discépolo el sarcasmo va a denunciar, diagnosticar, con un trágico escepticismo la enfermedad del mundo.

Discépolo transforma la melancolía, el sentimentalismo, el abandono, en sátira y grotesco.

Pero en Discépolo no hay más linealidad.

Hay como dos personajes: el de la buena fe, el “gil” que pierde con la “chorra”, con los vivos, y hasta con Dios; y el observador que sardónico, riéndose de sí mismo clama por dinero, porque “vale lo mismo Jesús que el ladrón”.

Utilizando los episodios esenciales del tango mediante el grotesco, Discépolo alumbra un sentido de contracara, escéptico, indisimuladamente tierno y desesperado.