EL APRENDIZ DE TANGO … QUE DIBUJÓ LAS MILONGAS PORTEÑAS

Talentoso con las manos y un poco menos con los pies, el artista plástico homenajea los espacios de baile con su arte.

No se acuerda si garabateaba las paredes de su casa, pero sí se recuerda dibujando desde siempre. Tanto dibujó los márgenes de los cuadernos en las clases de matemática que un día organizó una muestra de arte: fue a los 7 años y su primer marchand fue el periodista Martín Caparrós, con quien compartió el primario en la escuela República de Cuba, de Palermo. Con una zurda talentosa, Martín Malamud se convirtió más tarde en ilustrador.

Con el tiempo, sumó otra pasión y empezó a tomar clases de tango. Dos décadas después de haber pisado por primera vez La Viruta, donde literalmente dio sus primeros pasos en el baile, se define, con humildad, como un bailarín… que dibuja muy bien.

Y como es un gran conocedor de las milongas porteñas, a las que asiste todas las semanas, aprovechó su ingenio y las dibujó.

“Me resigné a no bailar bien el tango, entonces lo dibujo”, dice un poco en chiste un poco en serio Malamud, parado en el centro de una de las salas de la Academia Nacional del Tango, en Avenida de Mayo al 800, donde durante junio exhibe Milongas, la muestra compuesta por diez dibujos.

Las elegidas son: La Catedral, La Viruta, El Beso, Salón Canning, Club Gricel, La Glorieta de Belgrano, el Centro Región Leonesa, la Plaza Dorrego, el Teatro 25 de Mayo y el Bar Los Laureles. De todos modos, Martín ya trabaja en otras como la de Parque Patricios, La Milonguita, La Nacional, Obelisco Tango y la Academia Tango Club.

Realizados con pincel y tinta china negra -que le permite una mayor precisión y contraste, a diferencia de la tinta china de color, más parecida a la acuarela-, Malamud confiesa que dibujar con tinta china “es muy jugado”, sobre todo, si no hay un boceto previo y se guía únicamente por una referencia mental: “Si te equivocás, tirás la hoja, no es que lo podés arreglar como pasa al usar otras técnicas como el óleo o el lápiz. Acá no hay photoshop, son todos originales”, explica Martín, de 62 años, anteojos y ojos celestes, mientras mira compenetrado el pelo de un milonguero de su dibujo de La Glorieta.

Es posible que los habitués de estos espacios se reconozcan de alguna manera en los dibujos de este artista, porque más allá de alguna que otra invención, los personajes representados existen en la realidad: un hombre solitario que mira la pista toda la noche y no saca a bailar a nadie, un grupo de amigotes cancheros que no para de hablar, las caras de concentración de las parejas más hábiles, el hombre que se toma un whisky y observa todo, la mujer que espera que la cabeceen, el goce de todos los asistentes.

Porque, aclara el artista, acercarse al mundo de las milongas es arrimarse, antes que nada, a un mundo de personas apasionadas.

El primer dibujo que recibe en la antesala de la muestra es el de la milonga de La Catedral, tal vez la obra con mayor cantidad de detalles: techo alto, ambiente informal y un cuadro de Carlos Gardel en lo alto.

De La Viruta, “un buen lugar para empezar y muy juvenil”, Malamud representó la escena en que las parejas de docentes bailan ante la mirada de los alumnos.

De Los Laureles, en una antiquísima esquina de Barracas, se quedó con el dúo Alta Merca, “porque sus apellidos son Altavista y Mercado”.

En Gricel, se puede percibir una pista más tradicional: “Es una milonga clásica, muy linda, no sabés nada de los que van y sin embargo te saludás con todos, hay un afecto circunscripto a ese momento”, señala el artista que junto a Patricia, su mujer y pareja de baile, suele ponerles apodos a los personajes que allí se cruza.

En la Plaza Dorrego, hay un clima más descontracturado, propio de una pista al aire libre y donde una vez Martín se encontró con una chica en silla de ruedas que bailaba a la perfección.

Y en el Teatro 25 de Mayo, se destaca su salón circular y vidriado: “Los domingos a la tardecita, Julio Dupláa -el papá de Nancy, la actriz- organiza una milonga de barrio muy linda. El es un milonguero divino”, detalla Martín, todo un experto a esta altura.

En cada personaje dibujado, él imagina una pequeña historia. Pero antes de las milongas, Malamud hizo otras cosas. Durante años, se dedicó a la animación 3D y fue el primero que tuvo un estudio en el rubro allá por el 92. Es docente de una materia de animación en la carrera de Diseño de Imagen y Sonido, de la Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo de la UBA. Ilustró libros, revistas y hasta le dio imágenes a un libro de poesía de Baldomero Fernández Moreno. También coordina “Huella digital”, un equipo que hizo toda la reconstrucción interactiva de cinco centros clandestinos de la dictadura: Esma, Automotores Orletti, Campo de Mayo, El Atlético y, actualmente, La Cacha. Este material se usó en los juicios de lesa humanidad.

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